viernes, 8 de noviembre de 2013

50 años del Canto General de Pablo Neruda



LA LÁMPARA EN LA TIERRA
    AMOR AMÉRICA (1400)
ANTES de la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavía, las pampas planetarias.
El hombre tierra fue, vasija, párpado
del barro trémulo, forma de la arcilla,
fue cántaro caribe, piedra chibcha, 
copa imperial o sílice araucana. 
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
de su arma de cristal humedecido, 
las iniciales de la tierra estaban escritas.
   
Nadie pudo recordarlas después: el viento 
las olvidó, el idioma del agua 
fue enterrado, las claves se perdieron 
o se inundaron de silencio o sangre.
No se perdió la vida, hermanos pastorales. 
Pero como una rosa salvaje
cayó una gota roja en la espesura
y se apagó una lámpara de tierra.
Yo estoy aquí para contar la historia.
Desde la paz del búfalo
hasta las azotadas arenas
de la tierra final, en las espumas
acumuladas de la luz antártica,
y por las madrigueras despeñadas
de la sombría paz venezolana,
te busqué, padre mío, 
joven guerrero de tiniebla y cobre
oh tú, planta nupcial, cabellera indomable, 
madre caimán, metálica paloma.
Yo, incásico del légamo,
toqué la piedra y dije:
Quién
me espera? Y apreté la mano
sobre un puñado de cristal vacío.
Pero anduve entre flores zapotecas
y dulce era la luz como un venado, 
y era la sombra como un párpado verde.
Tierra mía sin nombre, sin América, 
estambre equinoccial, lanza de púrpura, 
tu aroma me trepó por las raíces 
hasta la copa que bebía, hasta la más delgada 
palabra aún no nacida de mi boca.



Poema 5



Para que tú me oigas 
mis palabras 
se adelgazan a veces 
como las huellas de las gaviotas en las playas. 

Collar, cascabel ebrio 
para tus manos suaves como las uvas. 

Y las miro lejanas mis palabras. 
Más que mías son tuyas. 
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras. 

Ellas trepan así por las paredes húmedas. 
Eres tú la culpable de este juego sangriento. 

Ellas están huyendo de mi guarida oscura. 
Todo lo llenas tú, todo lo llenas. 

Antes que tú poblaron la soledad que ocupas, 
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza. 

Ahora quiero que digan lo que quiero decirte 
para que tú las oigas como quiero que me oigas. 

El viento de la angustia aún las suele arrastrar. 
Huracanes de sueños aún a veces las tumban. 

Escuchas otras voces en mi voz dolorida. 
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas. 
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme. 
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia. 

Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras. 
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas. 

Voy haciendo de todas un collar infinito 
para tus blancas manos, suaves como las uvas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario